Todavía, siempre...

La bola de cristal de J. W. Waterhouse
En el lugar privilegiado que puede tener una pequeña flor como yo, se pueden hacer observaciones muy obvias pero muy ciertas. Hay distintos tipos de personas. Como en el jardín en el que vivo, hay muchas formas y colores en el mundo. Nosotras las flores, las hierbas y demás plantas no tenemos algo que a los humanos les parece crucial: el futuro. Nos contentamos dejar los rayos del sol nos acaricien suavemente y nos importa bien poco eso que a los humanos les hace tomar tan distintas actitudes. De ahí viene lo que decía al principio: los humanos toman muy diferentes posiciones al respecto de esa palabra tan grande y resonante.

Sine nobilitate

He aquí un snob clásico, ¿no es entrañable?
De todo hay, y de todo tiene que haber en la viña del Señor. Personas con distintas manías, rarezas y peculiaridades tienen derecho a coexistir. Los personajes a los que dedico esta entrada también –a pesar de que nuestra temida Reina de Corazones seguramente mandara cortarles la cabeza en otra etapa de su vida–, pues en el País de las Maravillas hay lugar incluso para los insectos más pequeños.

Son conocidos como snobs y los "intelectuales", nuestros protagonistas, proliferan a pasos agigantados de un tiempo a esta parte.

Siéntense

Bien, veamos.
Vean.
Permitan que me siente.

Por supuesto, es un mero formalismo, pues ya estoy sentada. Lo que quería decir es que ya pueden sentarse ustedes. Tampoco se esparramen en sus butacas, un poco de decoro, que esto no es una noche de desvaríos con sus coleguitas, o como los llamen en la jerga del estrato social al que pertenezcan. Y no es que yo, por ser reina, pertenezca a uno.

Furia Ciega

Atención. En este post se habla positivamente de una película
reciente de Nicolas Cage. (Adiós, lectores del blog, adiós...)
Todos damos por perdida la carrera cinematográfica de Nicolas Cage, el hombre asediado por las deudas que se vio obligado a participar en todo guión que le plantaran sobre la mesa y, para qué negarlo, salvo contadas ocasiones, todas un espanto. Es ver una película suya en cartelera y salir despavoridos para evitar sufrimiento fílmico innecesario. Ésta parecía una más del montón: un cartel de nuestro Nicolas junto a una rubia de toma pan y moja, unos trailers televisivos que prometían venganza a palo seco, mientras nuestro hombre se dedicaba a matar a diestro y siniestro. Lo dicho, una más del montón. Pero...

La delicadeza

Muchos en este jardín definirían “lo delicado” como algo débil y vulnerable. Algo ya de por sí roto sólo por la cualidad de poder romperse con más facilidad que otras tantas cosas. La delicadeza es una palabra quebradiza y difusa que, seamos sinceros, no está muy de moda en estos últimos años. Es un término perteneciente al pasado. A la Inglaterra de Jane Austen o a los boleros más románticos de los años 60. Y, en todo caso, si es aplicable a estos tiempos, será una palabra más apropiada para la elite o para una clase social alta. No para el ciudadano medio, que mal se puede permitir algo tan aparentemente poco útil y superfluo. La delicadeza no tiene ya grandes partidarios, más bien produce cierto rechazo y recelo.

La cobardía de Nietzsche

Hace unos días estuve hablando con un amigo mío tortuga y me dijo que en su próxima vida quiere ser mamífero, concretamente humano, porque cree que como tortuga se está perdiendo muchas cosas. ¡Al menos él es una tortuga auténtica! Pero bueno, entiendo que quiera conocer lo que como tal le resulta inaccesible. Esto de las reencarnaciones es un filón. A ver si me entienden, da gusto creerse estas cosas, las conversaciones sobre futuras nadas eternas dan muchísimo menos juego...

El derecho a la pereza

Nadie es perezoso por casualidad. En el nombre de todas las ideologías y doctrinas, desde todos los frentes, se nos disuade insistentemente de la pereza. Pero uno, que de niño ya era muy suspicaz, piensa que esa preocupación por la despreocupación ajena no nace de otra cosa que de un interesado proselitismo o, peor aún, de la fuerza devastadora y brutal de esa tradición que se ha instalado en nuestras cabezas. Nos lo han ofrecido todo para que trabajemos: el dinero, el sexo, la fama, la gloria y el paraíso. Nos han llamado al consumo con sus ofertas, con sus premios a la competición, al voto con sus discursos, con sus arengas a la batalla... la lista no tendría fin. Pero, ¿qué tiene de molesto un holgazán? ¿A quién hace mal? ¿A quién hace bien? Nunca hemos tenido respuesta para estos interrogantes, y sí, en cambio, argumentos para defender al perezoso, que, dando muestra de su clase y su talento, nunca se defendería.

El Hombre de Acero


Warner/DC tiene que estar hasta los mismísimos de que Disney/Marvel le esté comiendo todo el terreno cinematográfico de los superhéroes con varias exitosas producciones al año de diversa calidad fílmica, pero exitosas en cuanto a beneficios para la compañía. Warner sacó tajada a la nueva trilogía de Batman, pero el intento de hacer una franquicia de Green Lanter le salió rana, y la última versión de Superman (allá por el lejano 2006, obra y gracia de Bryan Singer), si bien no fue un fracaso absoluto, no recaudó tantos millones de dólares como les gustaría, así que se abortó su secuela.

Mundo bizarro

A mí se me queda la misma cara a veces
No acostumbro a leer periódicos ni ver informativos. Las noticias cotidianas, por lo general, me hacen desconfiar de la especie humana y sólo consiguen que sea hipertensa, por eso prefiero cierto aire de ignorancia... Sí que me gustan las rarezas. Tampoco es que las busque, vienen a mí sin más, como si tuviera un imán. Quizá sólo se deba a que presto más atención a lo excepcional que a lo decepcionante. Hay ciertos acontecimientos que vale la pena tanto conocer como compartir y tengo la costumbre de comentar con mi entorno los que me hacen gracia.

Hay que reírse, señores, alarga la vida, y este mes de junio está siendo especialmente rico en sucesos hilarantes. Para muestra un botón, bueno tres, de menor a mayor grado de... no sé si llamarlo inverosimilitud, delirio, surrealismo o mera estupidez. Dejémoslo en guasa para ofender al menor número de lectores.

Da Vinci's Demons


La cadena Starz (culpable de Spartacus) y David S. Goyer (culpable de la trilogía del Batman de Nolan, o si se prefiere de Ghost Rider y Blade Trinity... entre otras joyas fílmicas) nos trae la propuesta de una serie basada en el genio renacentista Leonardo Da Vinci (Leo), contándonos sus hazañas de juventud.

Nos trasladamos a la Florencia del s. XV. Toda Italia está dominada por el Vaticano, comandado por el Papa Sixto IV y sus sicarios del mal... ¿Toda? ¡¡NO!! Florencia resiste ahora y siempre al yugo del opresor bajo el mando de Lorenzo de Médici y la inestimable ayuda del joven Leo Da Vinci.

Eterno trayecto

Máscaras. En todas partes. Corazas. Las ves sonrientes. A veces muestran sus colmillos, no cesan de hablar y, cuando lo hacen, el silencio es incómodo y delator, con miradas pletóricas o bien distraídas, para volverse tímidas y huidizas en los vagones del metro. Cruce de miradas. Quieren pedir ayuda sin saber cómo, pero esos ojos se apartan al instante al verse reflejados en ellos. Cuánta gente familiar y desconocida. Cuánta gente que transmite sin pretenderlo. Van y vienen, con otra ropa, otro rostro. Y desaparecen sin más, sin tiempo de haber estado siquiera.

Elogio de lo cotidiano

Por lo visto Oscar Wilde, después de su estancia en prisión, fue incapaz de volver a escribir una línea. Curioso retrato éste de un escritor que se queda sin palabras, casi tanto como aquel que envejecía en lugar de su modelo.

Pareciera que del mismo modo que Dorian Gray fue incapaz de asumir la horrible imagen de su retrato en lo que tenía de verdad, Wilde vio de repente la crudeza de lo real atravesando el mundo de belleza que él se había esforzado en crear. Así, su obsesión por producir algo bello tornó en mutismo ante la atroz realidad que le tocó presenciar.

Pies Grandes

¿Víctima o monstruo?
No hay cosa peor que un tonto que se ponga a pensar, y de eso la policía sabe mucho. Al menos así lo demuestra el siguiente aserto, publicado en el nunca bien ponderado medio Elgolfo.info:
“Dos niños hallaron en el bosque [de Lakeville] de Massachusetts, Estados Unidos, un pie gigante en descomposición, con lo que la policía comenzó a preguntarse si se trata de evidencia de que existe Bigfoot.”
A regañadientes concederé a los más escépticos que tal página no es precisamente eso que se llama prensa seria (para darles de comer aparte también, pero bueno).

¿Llamas a esto arqueología?

De cara a las cuestiones históricas, la arqueología ha servido como laxante para purgar las fuentes escritas. Gracias al hallazgo de unos y otros restos, ha podido confirmarse o desmentirse el relato que se tenía sobre determinadas gentes, épocas o lugares, y ha permitido rastrear desde el detalle sus usos, costumbres y procesos de cambio. La arqueología ha dado voz a la prehistoria y, en definitiva, credibilidad a la historia. Pero esta noble ciencia, que los antiguos entendían como toda indagación sobre cosas pasadas, tuvo primero que soportar siglos de esclavitud al mercado del coleccionismo y el estudio del arte. Era la vieja y servil arqueología clásica: la del expolio y los ideales de belleza, favorita en las charlas de salón, felatriz de la “alta cultura”.

Flaco favor

Esto no tiene nada que ver con el tabaco
Que si uno quiere contratar modelos tísicas tiene que acudir a una clínica para el tratamiento de trastornos alimenticios es algo que cae por su propio peso, y esto es lo que ha hecho la agencia de modelos cuyo nombre todos los medios se han cuidado muy mucho de revelar (a cambio de cuánto, no se sabe). Desde luego que ellos no las prefieren gordas.

El problema con este tipo de noticias es que se prestan demasiado a la opinión fácil: desde el desprecio hacia la muchacha que no come mientras medio mundo muere de hambre hasta lo asquerosos que son el mundo de la moda y –sobre todo– sus empresarios.

Una reseña del Kindle

El otro día dejé mi Kindle en un tren. Había pensado en ello unos minutos antes de salir. Lo coloqué en el bolsillo que había en el asiento delantero y me dije: “Sería muy estúpido dejarlo aquí. Perdería todos los libros que me gustan y dudo de que volviera a encontrar algunos en Internet”. No sé cuanto tiempo pasó, quizá tres, cinco o diez minutos. Me llamó un amigo al móvil, el tipo que tenía al lado tenía prisa por salir y un niño no paraba de llorar en aquel vagón. Excusas aparte: me olvidé por completo, no sé en qué estaba pensando. Salí del tren, leí un par de correos, cogí un taxi y no volví a caer en ello hasta que llegué a casa. El cerebro humano es maravilloso. Entonces sí me acordé, cuando no quedaban opciones, cuando el daño estaba hecho. Puse mi expresión más filosófica y dije: “Eres el tío más idiota sobre la faz de la Tierra”.

El paraíso recuperado

En el gran tablero de los tópicos literarios, se diría que el relato de la Creación señala la casilla de salida. Rastrear toda su influencia en obras posteriores (piensen que partimos de las aguas abisales de la Historia) sería una tarea de titanes que sólo algún académico asocial y febril estaría dispuesto a emprender. Así que remitámonos primeramente a la tarea de ese otro titán que fue Prometeo, que por otorgar el fuego y las artes a los hombres acabó encadenado a merced de la gula de un buitre. Prometeo fue la primera figura en usurpar el papel de la divinidad con todas sus consecuencias, tal y como le ocurriría más tarde a su encarnación moderna: Victor Frankenstein. Su criatura –bastante menos monstruosa que él– rescataría el viejo tópico de la Creación y lo sometería a nuevas interpretaciones donde lo creado toma el relevo del creador.

Políglota estupidez

Paseaba yo el otro día al pie de un rascacielos con Trompeta, mi elefante, cuando de pronto un ejecutivo cayó justo entre mis brazos y tuve que soltarlo. Olvidado de mi paquidermo, le pregunté al individuo cómo había ido a parar allí. Seguramente hice mal, porque, gimebundo, me respondió en un nihilista danés que ya no creía en nada. Como pude, le fui disuadiendo de sus ideas, quizá demasiado, pues en un momento dado se enfebreció y me espetó toda una diatriba en nietzscheano alemán. Pero aquí también me enconé yo y le di a entender que no me creía nada de lo que me decía, que se había intentado suicidar porque le habían dejado o algo por el estilo, que ni Kierkegaard ni la filosofía del martillo tenían la nada que ver.

Jaque mate

No hace falta ser un cinéfilo para que le suene aquella mítica frase de Íñigo Montoya en la película La Princesa Prometida: “Hola, me llamo Íñigo Montoya. Tú mataste a mi padre. Prepárate a morir.” Apostaría a que, como a mí, le provoca una sonrisa, y cierta simpatía por quien la pronuncia. O ésta otra de la película Gladiador, en la que Máximo demuestra su anhelo de venganza hacia el personaje ridículo y necio del emperador Cómodo: “Me llamo Máximo Décimo Meridio, comandante de los ejércitos del norte, leal servidor del verdadero emperador Marco Aurelio. Padre de un hijo asesinado, marido de una mujer asesinada, y alcanzaré mi venganza, en esta vida o en la otra.”

Nombre de jazz, puños como bombas

László Papp: nombre de jazz, puños como bombas, cuando no boxeaba era cartero para el Magyar Posta. Peso superwélter, 1.65m de altura. Nace en Budapest en 1926. Su cuerpo, como cualquier otro cuerpo, constaba de 300 huesos que se transformaron, con el paso a la edad adulta, en 206. 27 de ellos se encuentran en  cada mano. A uno de ellos nunca le gustó el boxeo. Papp tenía una pelota de goma que, según su creencia, aminoraba el dolor que el hueso le provocaba durante los entrenamientos y, particularmente, durante las peleas. Parece razonable que Papp lo empleara como talismán. Imagine la frustración de no poder hurtarle unos segundos de más al minuto de descanso que se concede entre round y round, quitarse el guante, la venda y manosear un poco la pelota.

No todas las rosas son rosas

Si le pidiera definir cualquier objeto, por ejemplo, un vaso, probablemente tardaría apenas unos segundos en darme una breve definición. Si le pidiera lo mismo a una segunda persona, al comparar ambas respuestas seguramente no encontraría discrepancias mayores que no atendiesen únicamente a la serie de adjetivos que se le puede añadir al término “recipiente”. Si le pidiera ahora darme una definición de usted mismo, la respuesta se tornaría más difícil, ¡o no!, porque a lo mejor usted tiene ya solidificada una concepción ideal de su “yo”. Pero si le preguntara a una serie de personas de su círculo cercano cómo es usted, seguramente sí encontraríamos puntos divergentes en las distintas respuestas. ¿Eso no le asusta?

Día mundial del teatro... ¡Ja!

Cuando absolutamente todos ustedes, queridos lectores míos, andaban celebrando el día mundial del teatro, yo me quedaba en casa pensando en la cantidad de cosas que podría estar haciendo y no hago. Tú ya me entiendes. En contadísimas ocasiones se ha quedado el Conejo Blanco en su madriguera, ustedes lo saben. ¿Por qué, se preguntarán, se queda en casa en fecha tan señalada y no anda reclutando más jovencitas en busca de aventuras? Pedofilias aparte, no prolongaré durante más tiempo su curiosidad la de ustedes; me quedo en la madriguera como forma de manifestación ante la desfachatez de dividir en compartimentos estancos cada una de las facetas de nuestra vida.

Basado en hechos reales

Todos sabemos cómo se hace la Historia. No me refiero a aquello de que la escriben los vencedores, ni a la moralina de la superación personal. Hablo del consenso: esos tipejos, acreditados por estudiarse unos a otros, que se sientan para decidir qué ha ocurrido y qué no ha ocurrido en nuestro mundo. La Historia, como casi toda disciplina humanística, se queda en un borrón de conjeturas más o menos apoyadas en pruebas físicas –arqueología– y testimonios anteriores –historiografía–, además de algún que otro aderezo literario con el que pasa a la tradición.

¿Quién no ha oído aquello de que César dijo al morir: "también tú, hijo mío"? ¿Se imaginan? ¿Veintisiete puñaladas, y aún con aliento y lucidez para espolear en griego la culpabilidad de Bruto? Una mera floritura en su biografía escrita por Suetonio que a Shakespeare le hizo gracia, y así se sigue contando.

Las mentiras de los hombres

Los hombres mienten. Lo han hecho a lo largo de toda su historia y lo siguen haciendo hoy día. Se trata de un rasgo tan inherente a ellos que han dejado de formularse la pregunta más lógica, inocente y necesaria; ya no buscan el origen de su conducta. ¿Por qué lo hacen? ¿Por qué siguen mintiendo los hombres? Quizá las personas más capacitadas para hallar la respuesta sean las mujeres, es decir, las compañeras que sufren en gran medida las consecuencias.

A lo largo de los últimos años, he podido hablar de este tema con muchas de ellas y no me ha hecho falta ser muy avispado para percibir todo el desencanto y las frustraciones que acumulan. “Es por el esperma”, me han dicho en ocasiones. “La testosterona se apodera de sus principios”. Otras han sido más tajantes: “Porque son todos unos cobardes”.

¿A quién amó Hilda Lorimer?

No todas las vidas son la de John Pendlebury, eso tengámoslo claro. Ni la mía, ni las de ustedes, ni la del mismísimo Humpty Dumpty. Pero ésta por la que pretendo llevarles de paseo, si es que se prestan, la encuentro fascinante por otro motivo: no parece haber ni pizca de amor en ella. Se trata de Elizabeth Hilda Lockhart Lorimer. Como todas sus elegías empiezan igual, no seré yo quien se salte la norma y les advertiré que no le gustaba nada que la llamaran Elizabeth. Puesto que ignoramos la razón, nos vemos forzados a respetarlo. Así que la llamaremos Hilda y sólo Hilda. Durante toda su larga vida no hubo otro nombre ni otro apellido; sólo Hilda.

¿Pendlebury? Por supuesto

Debo decirle que si a estas alturas no sabe quién es John Pendlebury usted ha desperdiciado gran parte de su vida, amigo. Como el árbol que precisa de un rodrigón para crecer recto, así los humanos, incorregible especie, necesitamos prohombres que nos ayuden a enmendar nuestros frecuentes fallos. Y ahí entra en juego nuestro querido Johnny.

Inglés de nacimiento y tuerto desde los dos años, Pendlebury recibió una educación elevada, en parte gracias a la intercesión del humanista Wallis Budge, que le instó a conocer a los clásicos. Seguramente entonces naciera su pasión por el mundo antiguo, que le haría pasar a la historia como una referencia imprescindible del helenismo y la egiptología, disciplinas en que empezó a destacar pronto.

Las cloacas de Nueva Orleans

Últimos años del siglo XIX y Nueva Orleans olía a mierda. Más allá de lo peligroso que era pasear por sus calles o de los constantes incendios que asolaban la población, el problema más importante al que se tenía que enfrentar todo buen ciudadano era algo tan simple como respirar. Bajo los lujosos mármoles y adornos dorados de las casas públicas, a través de bastas cortinas de humo y el inconfundible aroma del licor de barrelhouse, se alzaba la fétida atmósfera de sus propios residuos; un aire sucio y estomacal proveniente de los sótanos de los salones. Aquello no era muy sano, pero ¿qué se podía esperar de una ciudad situada bajo el nivel del río Mississippi, colindante con los lagos Pontchartain y Borgne y expuesta al golfo de México? Era prácticamente imposible dar salida a tanta agua.

Un café para machos

El café.  Teatro de La Abadía. 
♥♥♥♥♥
Representación del día  17/III/2013.

Nota previa: El lector macho que define Cortázar es aquel que participa de forma activa con lo que lee. Co-crea con el autor. El lector hembra, por el contrario, consume pasivamente la obra, en la que encuentra el placer de la evasión. Sin pretender entrar en la polémica sexista de su deslinde terminológico, he de aclarar que Cortázar hace referencia a la recepción de las obras y no tanto a su emisión. Y no es de despreciar que los textos que presentan más puntos de indeterminación –palabrota de U. Eco– favorecen la virilidad del receptor. Adaptemos estos términos al emisor y receptor teatrales y ¡que comience la crítica!


Siéntese. Relájese. Pero no demasiado. Tómese este delicioso café. Está cultivado en Italia y procesado en Alemania. Le ayudará a no perder detalle del espectáculo. Lo necesitará. Eso es. Sin prisa. Ahora disfrute de la función…
si puede.

El apocalipsis ya no es lo que era...

¡Ñaaaaa!
Pensaba el otro día en lo alto de mi seta, elevadas mis ideas por efecto del narguile: ¿cuánto tiene en común la ficción apocalíptica con el género apocalíptico de la Biblia? (Ya se sabe, uno cuando fuma piensa, y según lo que fume, piensa de manera más o menos colorida.) La ficción –me dije– sin duda se apoya en el género al describir el fin de la civilización a causa de alguna catástrofe, indistintamente de si se trata de una guerra nuclear, una pandemia o una invasión alienígena; pero se diferencian –concluí con astucia– en una razón esencial: mientras en el género bíblico existe la revelación de un orden eterno, en la ficción apocalíptica esa clase de revelación es inaceptable; no hay un “nosotros” como especie humana, sólo hay “yo”, y por tanto no se acepta un final absoluto para todos. 

Trepad, trepad, malditos

Fernando Miranda "Próspero" en
Hamlet se escribe con H
Me complace inaugurar la sección de teatro con la publicación de la entrevista que hice al actor y director escénico Fernando Miranda “Próspero” el día 21/2/2013 con motivo de su reciente espectáculo Imposible Lorca. Hijo de prestigiosos actores –Alonso Miranda e Irene Hernández Blake–, debutó junto a su padre en Peter Pan y desde entonces no ha abandonado los escenarios. Le hemos podido ver en obras con gran éxito en taquilla y crítica como Hamlet se escribe con H, Un enemigo del pueblo, ambas producidas por el CDN o en La dama del Alba, Esperando a Godot, y Rey Lear en el Teatro Albéniz. Con la CNTC ha representado La hija del aireEl castigo sin venganza y El delincuente honrado entre otras. Barrio de Lavapiés. Bar Ecónomico. 11:00 p.m. Él toma un café solo. Yo tomo vermut.

Verdad y mentira: una historia de amor

“Las mentiras -dicen- tienen las piernas cortas”. Y es cierto, pero a veces también ágiles, según lo ejercitadas que estén.

“Pero ¿cómo ejercitarlas? -preguntaréis interesados y ávidos de directrices- ¿cómo elaborar la mentira perfecta?”. La respuesta no se hará esperar: dejemos de lado el rancio pudor; distingamos de los hechos aquello que nos conviene de lo que no; sustituyamos esto último por una nueva materia que, una vez modelada, nunca será una mentira, sino la mayor de las verdades; para terminar, como el mercader que está convencido de su producto, dediquémonos a difundirla, a distribuirla, a universalizarla.

Obituarios, esquelas y demás bagatelas

Amo las necrológicas de los periódicos, pueden llegar a ser muy morbosas. Yo las leo siempre. A decir verdad, es una putada que tengas que comprarte todo el periódico para poder leerlas. Es como si para tomarte un vaso de leche te obligasen a comprarte una vaca... En fin, a lo que iba: no se me puede negar el encanto de esos dichos formulares, de esas piadosas siglas que piden reposo para el malogrado ni la modesta enumeración de toda la parentela con los apodos entre paréntesis para deslumbrar a las amistades. No, no se puede. Tal vez podríamos echar en falta un anexo con el expediente clínico de cada uno, pero ya digo, este insensible país prefiere guardar ese espacio para los deportes.

Concédame este vals

Ocho horas de trabajo, ocho horas de ocio, ocho horas de sueño. Días laborables, días festivos. Puede elegir la distribución de sus vacaciones, dentro del marco de la sensatez. Cada día, cada hora: cada uno de los instantes que contienen debe obedecer al propósito que les corresponde. Sólo será lícito lo que quede comprendido en el marco acordado, cuídese de desdibujar sus límites: no descanse durante las horas de trabajo, no duerma durante las horas de ocio, respete las horas de sueño: un delicado equilibrio.