El apocalipsis ya no es lo que era...

¡Ñaaaaa!
Pensaba el otro día en lo alto de mi seta, elevadas mis ideas por efecto del narguile: ¿cuánto tiene en común la ficción apocalíptica con el género apocalíptico de la Biblia? (Ya se sabe, uno cuando fuma piensa, y según lo que fume, piensa de manera más o menos colorida.) La ficción –me dije– sin duda se apoya en el género al describir el fin de la civilización a causa de alguna catástrofe, indistintamente de si se trata de una guerra nuclear, una pandemia o una invasión alienígena; pero se diferencian –concluí con astucia– en una razón esencial: mientras en el género bíblico existe la revelación de un orden eterno, en la ficción apocalíptica esa clase de revelación es inaceptable; no hay un “nosotros” como especie humana, sólo hay “yo”, y por tanto no se acepta un final absoluto para todos. 

*     *     *     *     *
“Yo defino la ficción post-apocalíptica como cualquier relato que trate de cómo los humanos vuelven a empezar tras el final de la vida tal y como la conocemos. […] Dicho final puede darse a través de causas naturales o ser inducido por el hombre, pero los finales por mediación divina no han de discutirse aquí.”
Claire P. Curtis. Postapocalyptic Fiction and the Social Contract.

Es de esta negación, acentuada en el postmodernismo (esa corriente tan individualista en la que andamos todos sumergidos), de donde se deriva la ficción post-apocalíptica, muy de moda hoy día, cuyo escenario es el “después” de la catástrofe. Un escenario donde las ruinas del mundo permanecen como un trauma insuperado y sobre las cuales los personajes que lo habitan tratan de levantar un nuevo futuro.

Pero para lograr eso, parece necesario entender primero las causas de la ruina y la catástrofe. La civilización extinta ha cobrado a menudo poco menos que un carácter mítico y el presente posterior a la catástrofe se disocia por completo del pasado. Los personajes deben conocer y reconocer su entorno para poder establecer sus reglas y sus sentidos. Desde este punto de vista, la literatura post-apocalíptica entronca con la narrativa mítica de los textos antiguos, puesto que nos presenta una serie de personajes con unas circunstancias muy similares a las de los primeros pobladores. En ellos recae la responsabilidad de dar nombres e historias a las cosas, que a su vez deriven en la creación de mitos, sagas y leyendas. Se trata también de un escenario semejante al de otra cosa que también me gusta, fíjense: el western. Los colonos que migran al oeste buscan de igual modo un nuevo principio para sus vidas, una “tierra prometida” donde echar raíces y formar dinastías, a la manera en que la buscan los supervivientes que vagan por los yermos del mundo post-apocalíptico, o los judíos errantes del rebaño de Moisés.

Semita, vaquero o superviviente del apocalipsis: el rollo es el mismo

Hasta aquí bien, pero ¿en cuánto se diferencian entonces la ficción apocalíptica y el género bíblico en cuestión? Fumemos, fumemos y pensemos, ustedes conmigo y yo con ustedes. El término “apocalipsis”, palabrilla griega con la que San Juan intituló su relato, ha conocido a estas alturas dos acepciones, fruto de su manoseo: una técnica y otra popular. Donde al género bíblico hay que aplicarle necesariamente la primera noción, a la ficción moderna apocalíptica y post-apocalíptica conviene aplicarle la segunda. Popularmente, ya hemos visto que el apocalipsis se refiere a una catástrofe violenta y de proporciones efectistas que detiene el reloj en la historia de los hombres. No plantea promesas de orden y trascendencia. En su acepción técnica, sin embargo, la apocalipsis es una revelación de la victoria final del bien sobre el mal, a la que sucederá un juicio y el retorno a un orden universal. Es la revelación, la visión simbólica, el “viaje celestial” a través del cual los antiguos profetas entraban en contacto con los ángeles, como un servidor con su narguile.

Apocalipsis es un vocablo griego, utilizado ya antes de la era cristiana, que tiene el sentido de descubrir una parte del cuerpo, quitar un velo o desvelar algún secreto. Más tarde –con la difusión del Apocalipsis de San Juan– se especializa en el significado de obra literaria que desvela misterios, sobre todo referidos al fin del mundo.
Antonio Piñero. Los apocalipsis.

La revelación en el texto bíblico apocalíptico contempla pasado, presente y futuro (sobre todo futuro, que es más útil para amenazar). Cuando la revelación es sobre el pasado, la narración recupera los relatos míticos, y cuando es sobre el presente, descifra secretos cosmológicos; el futuro presenta un fin de los tiempos al que sucede un restablecimiento del orden. En cambio, no hay más orden restablecido en la ficción post-apocalíptica que aquél instaurado frágilmente por los hombres, que además suele partir desde la corrupción y hacia la opresión (saqueadores, bandas criminales, émulos de los gobiernos de antes, etcétera) a fin de acentuar los rasgos distópicos (o utópicos, según se mire) de un mundo devuelto a su anarquía natural. La “visión” es la realidad materialista que se describe en torno a los personajes, y su “viaje” es ahora terrenal, un periplo en pos de la supervivencia. Por otro lado, desde nuestra realidad existe una revelación de futuro en la ficción post-apocalíptica, pero dentro de ella el futuro ya no existe, el futuro ya ha sido, y sólo quedan presente y pasado.

Así que ya ven, gentes curiosas: ni el apocalipsis es lo que era. Sin embargo aún hoy, en la ficción moderna, se mantiene la promesa de un tránsito, un final para un principio, un “continuará”. Tal vez hayamos superado la ilusión de trascender, pero la nada absoluta como final para todas las cosas nos aterra igual que ayer. Eruca dixit.


De interés nacional:
  • HANNANT, Brian; HAYES, Terry; MILLER, George. Mad Max 2 (1981).
  • MCCARTHY, Cormac. La carretera (2006).
  • PINEDO, Rafael. Plop (2007).
  • VV.AA. Fallout (Interplay, 1997), Fallout 2 (Interplay, 1998), Fallout 3 (Bethesda, 2008), Fallout New Vegas (Bethesda, 2010).

No hay comentarios:

Publicar un comentario