Las cloacas de Nueva Orleans

Últimos años del siglo XIX y Nueva Orleans olía a mierda. Más allá de lo peligroso que era pasear por sus calles o de los constantes incendios que asolaban la población, el problema más importante al que se tenía que enfrentar todo buen ciudadano era algo tan simple como respirar. Bajo los lujosos mármoles y adornos dorados de las casas públicas, a través de bastas cortinas de humo y el inconfundible aroma del licor de barrelhouse, se alzaba la fétida atmósfera de sus propios residuos; un aire sucio y estomacal proveniente de los sótanos de los salones. Aquello no era muy sano, pero ¿qué se podía esperar de una ciudad situada bajo el nivel del río Mississippi, colindante con los lagos Pontchartain y Borgne y expuesta al golfo de México? Era prácticamente imposible dar salida a tanta agua.

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En 1723, el Governador Perier mandó construir un dique para prevenir las inundaciones del río. Fue el primer remedio del que se tiene constancia y sirvió para descubrir que el principal problema al que se enfrentaría la ciudad en el futuro no sería aislarla de los alrededores, sino construir canales que permitieran hacer del agua un elemento más de su estructura. En cuanto la lluvia arreciaba varios días seguidos, Nueva Orleans se calaba hasta los huesos. El Governador Vaudreuil lo intentó años más tarde sin demasiado éxito y tuvo que ser Carondelet, bajo el dominio español, quien mandara por fin construir una vía de escape hasta Bayou St. John. Era 1837 y la urbe no había dejado de crecer, haciendo de cualquier remedio cosa del pasado. Veinte años más tarde, el topógrafo de la ciudad, Louis H. Pilie, presentó el primer plan oficial de drenaje y se aprobaron leyes sobre esta materia en 1858, 1859 y 1861, pero ninguna se materializó en acciones concretas. Por fin, en 1898, se comenzó a excavar la tierra e instalar la maquinaria necesaria para el bombeo. A comienzos del siglo XX y después de casi doscientos años, la ciudad comenzó a respirar.


La Nouvelle-Orléans mantenía entonces un delicado equilibrio. A los colonos se habían unido aventureros de diversos puntos de la unión, esclavos provenientes de África y un buen puñado de putas, borrachos y jugadores, que pululaban por sus calles a cualquier hora del día y de la noche. Los salones, las casas de citas y los festivales crecían a un ritmo desmedido y coincidiendo con las obras para drenar la ciudad, se legalizó en Storyville la prostitución. Fue el “boom” de la carne humana. Miles de mujeres se trasladaron allí y compitieron en un mercado mucho más duro y exigente que el de la búsqueda de oro, en el que encontrar tipos que las retiraran como princesas aburguesadas era El Dorado. Ellas, de entre todos los habitantes de la ciudad, tendrían mucho que decir en su historia. El hedor a excrementos de las calles sin asfaltar del distrito rojo, la humedad agobiante de una tierra a punto de hundirse y el bullicio generado por un crisol de gentes, colocadas allí por diversas circunstancias, hizo el resto.

Olía a mierda y las prostitutas lo intentaron contrarrestar con un perfume de jazmín ("jasmine") que se popularizó muy rápido entre la competencia, hasta el punto de que a aquellas que lo utilizaban comenzaron a llamarlas “jass-belles”. Cuando un hombre salía de una casa de citas, estaba “jassed”, es decir, alejado por unos instantes de la peste y recién llegado de un mundo algo mejor y, sobre todo, más limpio. Los músicos que tocaban en esos lugares lo hacían también al estilo “jassed” que, aunque no lo supieran por entonces, se trataba del ragtime (“ragged-time”), un estilo derivado de la marcha caracterizado por melodías que rompían constantemente el ritmo prefijado. Aquellas piezas fueron los primeros pasos que dio el arte hacia el surrealismo, donde la tenue luz de las farolas, la colorida arquitectura de la ciudad y las piernas de las mujeres eran el escenario perfecto para su definitiva explosión. Los dueños de los prostíbulos, posiblemente los más inteligentes de la ciudad, pusieron grandes carteles en sus establecimientos que anunciaban “Jass music”, y como los niños pasaban todo el día en las calles se entretenían borrando la J en cada uno de ellos, dejando solo “ass” (culo). Fue entonces cuando decidieron sustituirlo definitivamente por la palabra “Jazz”.


No es la única teoría que se maneja para explicar la etimología de este término. Hay quien sostiene que proviene de África y tiene un origen divino (“jasi”, o vivir rápidamente); otros hablan de Chicago, donde apareció por primera vez publicada en el Chicago Daily Tribune, en 1915; mientras que también se contempla un origen deportivo en California relacionado con el baseball. Es probable que, como muchos otros conceptos, surgiera aplicado a varias ideas en lugares distintos y sus orígenes en una ciudad depravada como Nueva Orleans se sostienen por la gran variedad musical que se desarrollaba en Congo Square, con reuniones y danzas tribales espontáneas. De las cloacas a las casas de citas, de las prostitutas a los niños y del ragtime a formas desconocidas de expresión. Cincuenta años después, un conjunto de músicos grabó en menos de diez horas esto. Olía a mierda. So what.

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