Jaque mate

No hace falta ser un cinéfilo para que le suene aquella mítica frase de Íñigo Montoya en la película La Princesa Prometida: “Hola, me llamo Íñigo Montoya. Tú mataste a mi padre. Prepárate a morir.” Apostaría a que, como a mí, le provoca una sonrisa, y cierta simpatía por quien la pronuncia. O ésta otra de la película Gladiador, en la que Máximo demuestra su anhelo de venganza hacia el personaje ridículo y necio del emperador Cómodo: “Me llamo Máximo Décimo Meridio, comandante de los ejércitos del norte, leal servidor del verdadero emperador Marco Aurelio. Padre de un hijo asesinado, marido de una mujer asesinada, y alcanzaré mi venganza, en esta vida o en la otra.”

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En la vida real, lo más corriente no es que hayan matado a alguien de su familia, pero sí es probable que recuerde a alguien que haya jugado con sus sentimientos, alguien que le haya causado daño en algún momento de su vida o que haya provocado secuelas en usted que difícilmente puedan cicatrizar. Es más, de las que puede que usted ni siquiera sea consciente, ya sea debido a una agresión, a una traición como puede ser la infidelidad o a una sarta de mentiras. Lo cierto es que hay múltiples formas de generar la sed de venganza, pero también muchas formas de responder ante semejante daño gratuito. Porque ese daño, tiene un precio. No obstante, no se equivoque, la venganza no es cuestión de dignidad. Usted –no se ofenda– probablemente seguirá siendo un cornudo, aunque ni más ni menos digno que antes. Le diré a continuación lo que es para mí la venganza.

Muchas personas –¡inocentes criaturas!– afirman que la venganza es un círculo vicioso en el que cae el hombre débil, no pudiendo apartar de sí su rencor. Quien escribe estas palabras advierte que la ética ha sido desde siempre el perfecto escudo del que se ha valido el canalla. La venganza es un derecho, un guiño a la Justicia –créanme–, es la lección aprendida. Ésta ha de ser creativa y siempre mayor –si cabe– que el dolor causado. No obstante, no ha de cambiar de ninguna manera el ritmo de su vida. Ha de ser rápida y sutil en su ejecución, sigilosa y elegante como el movimiento de un gato cuando camina. Es la sonrisa pícara y sincera de quien amenaza con dulzura y previene de un futuro daño. Saboree la venganza, no permita que le tiemble el pulso, ignore las voces que puedan oírse en lo más recóndito de su alma, y disfrute ese irresistible y efímero placer. No sienta culpabilidad; probablemente habrá quien intente inducirle al remordimiento. Usted no lo pidió, como no pidió ese sufrimiento. Cuando haya terminado, encienda un cigarrillo, camine tranquilo, continúe con su rutina diaria y, lo más difícil, olvide. Habrá hecho lo que tenía que hacer.

Pero eso sí, cuide sus modales. No olvide saludar antes.

1 comentario:

  1. La mejor venganza jamás escrita es, sin duda, la del Conde de Montecristo, y sin embargo, creo recordar, la sensación que la venganza ya ejecutada deja a este hombre no es tan gloriosa como debería, según los parámetros aquí descritos. Sea como sea, esta obra es la elegancia vengativa personificada.

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