Diatriba a la timidez

Siempre he temido lo inesperado, no sé por qué. Puede ser bueno o malo, pero no suelo arriesgarme a averiguarlo.

El miedo a lo desconocido es algo común, una constante en la historia de los seres humanos. Pero lo desconocido llega inevitablemente y hay, al menos, tres grados: lo previsto, lo inesperado y lo imposible. Todos nos esmeramos en que el futuro se vaya ajustando a los esquemas de lo previsto; podemos organizar nuestra vida milimétricamente, planificar, proyectar, hacer listas o incluso negarnos a actuar, embarcarnos en la tan atractiva apatía...

“¿Quién limpiará esta sangre de nosotros?”

El santo del día de la matanza de las rosas
No hay cosa que odiemos más las rosas que el día de San Valentín. En esas fechas somos torturadas y mutiladas para que alguna persona ñoña nos regale a otra persona igual de ñoña como si fuéramos un trofeo. Admito que el que se nos considere las flores más románticas por la mayoría del populacho es halagador. Nos sabemos admiradas y eso, a las flores, nos encanta. Pero una cosa es ser admiradas y otra muy distinta es ser esclavizadas sólo para que la o el pichurri de turno ponga una sonrisa tontísima y tenga una (no menos tonta) excusa para poder follar, fornicar, trincar o lo que a usted, querido lector, le dé por llamar al acto de reproducción de la especie humana sin reproducción ninguna.