Entreacto

La canción precipita la disolución de unos cuantos elementos en su cabeza. Una discoteca bastante corriente, un local de moda: luces tremendistas, technopop europeo muy alto, faldas desafiantes, mucha colonia (venden colonia en los baños para los infortunados, para los desmemoriados y dios sabe qué otras piezas de museo), garrafón, personas vestidas para salir, como se suele decir. Una chica baila como si estuviera en un videoclip, hace tan visible como puede ese gozo supremo que experimenta. Mira a todos lados con un gesto que tiene bastante de éxtasis sexual, una sonrisa sinuosa que no deja de tener algo aburrido, aunque eso que tiene de aburrido queda entre bambalinas, digamos.

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Los frascos de perfume están a cargo de un hombre que también tiende servilletas de papel quienes se acaban de lavar las manos en ese baño subterráneo, y no deja de ser curiosa la menestra de orina y perfumes variados que se macera ahí abajo, a pocos metros bajo la pista de baile. El hombre se extralimita en su trabajo. Hace el esfuerzo adicional de dar conversación a todo el que quiere mear. Lo desconcertante es que pone mucho empeño en ello. Se acuerda de esas personas cuando vuelven y retoma la conversación, repite algunas de las mismas preguntas como si la pelota fuera demasiado rápido en ese juego suyo, y el pobre diablo trata de mantener el ritmo a toda costa. Pero lo desconcertante es ese empeño que pone. Uno piensa a qué tanto interés. Drogas, homosexualidad, eso es pensar mal, ¿verdad? Cinismo. Toca mucho. Es muy tocón, verbal y físicamente. Pregunta grandes tonterías delante de esos perfumes de marca cara. ¿Quién lo contrató y por qué? ¿Qué carajo hace ahí? ¿Propone un nuevo oficio? Una mezcla de vendedor de colonias, psiquiatra, urinario, pareja sentimental (intenta hacerte arrumacos torpes, más bien tímidos) y cavernícola. "Psiquiatra" y "urinario" se parecen, pero son lo opuesto del vendedor de colonias. "Pareja sentimental" actúa como catalizador, concilia ambos extremos. Cavernícola bueno, es anecdótico, meramente circunstancial. Nuevos oficios para nuevos tiempos; te pregunta qué tal vas, qué música te gusta, te escanea con ojos de tren oxidado, bonachón, un poco sonriente, un poco drogado, y te pregunta si tocas algún instrumento o si te dedicas a tal o cuál sector laboral. Juega sus cartas, según el caso. Pensar que si uno va a ese antro (no ha de negársele una cierta condición de templo inmemorial, a esta puta de Babilonia) y le pregunta retóricamente al tipo si es una mezcla de vendedor de colonias, psiquiatra, pareja sentimental y cavernícola, sería tal el brete en el que se vería el buen hombre, tan cruel, tan jodido, que sólo le quedarían dos opciones: ignorarlo a uno y seguir preguntando alegremente, o abandonar para siempre ese local y buscar un oficio más convencional. Menudo papelón el suyo. Ese hombre abre (muy humildemente) toda una nueva dimensión desde el corazón de la discoteca, una dimensión paralela que de algún modo coexiste cotidianamente con la de la planta superior. Esa mezcla de  mundos precipita la confusión entre memoria [ni real, ni física, ni vivida, en fin, esa cosa] y soñada. Esta mierda es tan real como si la hubiera soñado, menuda deriva, piensa, menuda incontinencia urinaria, vagar en el espacio mental de esos baños mientras baila el tiempo. Sigue bailando; nada nuevo por ese frente. Pero es una pujanza complicada, esa especie de genocidio del silencio, aquí obligado a actuar como representante del tedio. Le han dado ese papel y no sabe qué hacerse; tampoco es que tenga voz ni voto dada la situación de todos modos.

Entretanto, la chica se ofrece desinteresadamente a la catarsis colectiva, mientras uno mira a un lado y a otro tratando de encajar las piezas de esa escena dislocada, brujuleando, tanteando por dónde se salta a esa piscina. Hay muchos agujeros en esa guerra tan abierta, tan a cañonazos; una cierta tristeza en esa búsqueda cartográfica tan calculada y tan excesiva a un tiempo. Es peligroso eso de calcular el exceso, es pasarse de listo.

El tacto desconcertante de la pistola recompone instantáneamente el ovillo. Di tus últimas palabras, dice la voz de gangster de segunda. Las piezas del puzle quedan donde estaban. "Ojete de mono", le sale por la boca al adulto. El niño aprieta el gatillo, que a su vez acciona el mecanismo de muerte en sordina. Apenas alcanza el estallido a perturbar su tímpano derecho, aun a pocos centímetros del cañón. La risa del niño mientras se drena ese estanque negro, a luces estridentes, que ya no anega el habitáculo.

Como último catecismo: la memoria tiene sus mañas, es muy puta y como la luz, siempre correrá más que la cavidad craneal a la que parasita.

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